La rana, el caballo y la maestra

Antes de empezar a contar este cuento tengo que decir algo: éste es un cuento escrito por mayores plastas. Escrito por mayores, con mucha imaginación y buenas intenciones, pero con moraleja al final, que es la forma que tiene padres y maestros de saltarse la clase de educación para la ciudadanía. Y a los niños les gustan los cuentos divertidos, o que den miedo, o que al menos salgan animales, pero la moraleja, ésa sólo les gusta a los padres para luego decir, “¿ves, ves lo que le pasó a la niña del cuento? Eso te va a pasar a ti como no te comas las lentejas” ( advertencia 1 a todos los niños: jamás me comí las lentejas de pequeña, y ¡no pasa nada! ).

¿Y entonces, por qué estoy contando este cuento?

A: Porque soy una mayor plasta que esta noche quiere ver una película, y así me salto la clase de la educación para la ciudadanía.

B: Porque el autor es uno de mis grandes amigos, y queridos niños ( advertencia 2: siempre que alguien dice queridos niños, sale la vena plasta de los mayores y sueltan la moraleja) la amistad es una de las cosas más importantes de esta vida.

C: Porque afortunadamente, en este cuento la moraleja es más para los mayores que para los niños.

D: Porque salen animales.

¿Y qué animales salen? Pues una rana y un caballo, en verano, tomando el fresco al lado de un arroyo. El caballo estaba tumbado debajo de una sombra, y la rana hacía lo mismo que las madres en la piscina. Se tumbaba al sol, se daba media vuelta, y cuando estaba medio frita, se tiraba al agua. El caballo estaba esperando a ver si se freía del todo, siempre había tenido ganas de probar las ancas de rana, pero justo cuando empezaba a salivar, ¡plin! la rana daba un saltito al agua, sonaba un “pshhhhhhhh”, nadaba un par de largos, y otra vez al sol.

Con tanto calor, uno no puede hablar de cosas muy serias, así que empezaron a hacerse preguntas tontas.

– ¿Y a ti qué te gusta más , el Cola Cao o el Nesquick?

– Buah, pues cual va a ser, el Cola Cao.

– ¿Los macarrones o los espaguetis?

-¿El verde o el rojo?-. y llevaban así un rato, el caballo de paso entretenía a la rana a ver si conseguía probar sus ancas, cuando de pronto (advertencia 3:“de pronto” es un recurso de los escritores malos para indicar que va a pasar algo importantísimo para el cuento) la rana le pregunta al caballo:

-Oye, y a ti, si no fueras caballo, ¿qué te gustaría ser?.

-A los caballos sólo nos gusta ser caballos. ¿No te das cuenta de que no hay nada mejor que ser caballo? ¡Somos triunfadores!. Salimos en las películas de indios y vaqueros, y como estamos en los dos bandos, siempre ganamos. Llevamos a sus castillos a las más bellas princesas, y cabalgamos con los caballeros más intrépidos y audaces, corremos….

– Vale, vale, he cogido la idea. Pues a mí me gustaría ser maestra. A mí me gustan los niños, sobre todo los que juegan conmigo al lado del río. Ellos colocan un palito al lado del agua, y yo lo salto. Además, el otro día les oí que no tenían maestra para este curso en el pueblo, y que a ellos les gusta aprender.

«De repente( más advertencia 3 ) aparece un sapo baboso, asqueroso, que le dice a la rana:

– Hola, chati. Si me das un beso, te consigo la luna.

– Uy no,no,no,no, que da mucho asco.

– Pues por uno en la mejilla, te hago maestra por un curso académico

La rana empezó a pensar «¿y yo que hago? Anda que, como para  contárselo a mi amiga Susana la feminista. Se entera, y éste no vuelve a pedir besos, no. ¡Pero esos niños tenían tantas ganas de aprender!. Voy.» Agarró al sapo con las dos ancas, y le dio un sonoro beso en la mejilla. Se mareó, se mareó, se mareó, y cuando abrió los ojos ¡¡era una maestra!!! .

Ay, pero si soy una maestra– dijo -Ay que ilusión, ¡¡pero si tengo moño, y gafas redondas!. Uy, me he debido pasar la vida estudiando, porque ¡anda que no sé, ni nada!. Teorema de Pitágoras: la hipotenusa al cuadrado es igual que la suma de los cuadrados de los catetos. El río Duero nace en los Picos de Urbión y desemboca en Oporto, y sus principales afluentes son el Pisuerga,…., el Zurguén afluente del Tormes,……… How are you?. ¡¡¡Pero si sé hasta inglés!!! Yo todo esto lo tengo que enseñar.

El caballo no salía de su asombro, y mirando al sapo le dijo:

– Yo me quedo caballo.

– Tu mismo- dijo el sapo mientras se perdía dentro de la charca.

La maestra miró al caballo y le dijo:

Señor equino (ahora que era maestra, tenía que hablar con propiedad) ¿tendría usted a bien acompañarme hasta Morille, el pueblo de esos niños, para que yo llegue allí, encima de usted, y así empezar dando una buena impresión en el pueblo?.

-Vamos a ver, rana. Que aunque la rana se vista de maestra, rana se queda. Lo primero es que lávate la boca, que no entiendo lo que dices. Y lo segundo, ya te expliqué antes lo de los caballos que llevan princesas a castillos. Princesas, castillos, no maestras, pueblos. Si quisiera llevar maestras a pueblos, le habría pedido al sapo que me convirtiera en burro.

Como usted quiera. Pero el orgullo no suple a los amigos.

Algo le debió remover por dentro al caballo, por que al final se fueron los dos hasta Morille. Allí llegaron, se presentaron al alcalde, la maestra le explicó que buscaba trabajo y el alcalde dijo:

Hombre, qué casualidad. Andaba yo buscando una maestra, y no había forma de encontrarla. ¿Cómo se llama  usted?.

– Gustava.

– Señora Gustava, acompáñeme, que le enseño la escuela y su casa. En la casa tiene un establo para el caballo.

-No creo yo que éste lo merezca, pero de todos modos, se agradece.

Y así, Gustava empezó a enseñar a los niños del pueblo. Enseñaba a niños desde los tres a los doce años. Les enseñaba historia, lengua, naturaleza, matemáticas, inglés. Enseñaba tan bien que los niños no tenían que hacer  deberes y tenían mucho tiempo para jugar. Gustava a veces se acordaba de su vida de rana, y se ponía a jugar a la comba con los niños, para disimular sus ganas de saltar. Mientras ella daba clase, el caballo estaba en el patio, y metía la cabeza por una ventana para oír la lección. ¡Incluso a él empezaron a gustarle las matemáticas!

Se paso todo el curso académico, y llegó el último día de clase. Gustava se levantó de su pupitre y les dijo a los niños:

-Hoy tendríamos que hacer un  examen de todo el curso. Pero ¡habéis sido tan buenos alumnos! Además a mí no me gusta ser juez de nadie, y menos evaluar. ¡Tenéis todos sobresaliente!. Ya apenas tengo nada que enseñaros. Sólo me queda una última lección. Me gustaría que todos aprendierais muy bien las cosas que se pueden robar, y que no se pueden robar en  esta vida. Por ejemplo, no podemos robar las letras del abecedario. A ver, Pablo, si nos robaran la P, ¿tú cómo te llamarías?

– ablo

– Y a ti, ¿qué te parece eso?

– Que no puede ser, yo no soy hablo.

– ¿A quién se le ocurren más cosas que no se pueden robar?

– Los colores.- dijo Juan -Sin colores no habría hierva, y mi perro sería todo blanco.

– La risa- dijo María.

– El aire- dijo Pedro.

– Y ahora, decidme cosas que sí se pueden robar.

– La hipoteca de mis padres, que no hacen nada más que discutir por ella.

– La video consola de éste, que ya no juega conmigo-

– Papel.

– Pero no las palabras que tiene escritas.

– El dinero que sobra.

Pero qué listos que sois.- dijo la maestra – Os iba a dar sobresaliente a todos, pero os voy a dar matrícula.

La maestra abrió el cajón de su mesa, sacó matrículas de coches que tenían puesto el nombre de cada niño, y las fue repartiendo. Los niños le decían que la iban a echar mucho de menos.

No os preocupéis, siempre voy a estar cerca- Ella sonreía. Le había gustado mucho ser maestra ese año, pero echaba de menos su vida de rana, y había empezado a pensar que tal vez el sapo no era tan asqueroso. Eso sí, había que corregir lo de «chati». Cuando terminó de repartir las matrículas, se montó en el caballo y se fue. Los niños se fueron a sus casas a celebrar el inicio del verano. Fue un verano templado, y como todos los veranos, los niños iban al río. Allí jugaban mucho con una rana, le ponían un palito largo, y ella saltaba al agua por encima de él. A veces se les acercaba un burro a pedirles comida y a jugar con ellos.

Un día ( más advertencia ·3) Juan miró a su perro y dijo:

– Mirad todos a Canuto. ¡Está blanco!.

– ¿Alguien le ha dado un susto?- Preguntó María..

Se quedaron todo pensando, y de pronto Pedro se acordó de la última lección:

-Ay, ay , ay, que alguien me cuente un chiste.

– Era un señor tan bajo tan bajo que se  sentaba en un bordillo y le colgaban los pies.

– Pues no me hace gracia, y es bueno ¿eh?.

María dijo toda asustada:

– ¡No recuerdo cómo se llama eso que tiene cuatro patas que sirve para sentarse!.

– ¡Y yo no puedo explicar como me siento!.

– ¡Nos están robando las palabras!.

– ¡Y la risa!.

– ¡Y los colores y la belleza!. ¡ Mirad a vuestro alrededor!.

Los niños miraron. Todo era gris y triste, y ni tan siquiera podían explicarlo.

-Vamos a actuar con calma- dijo María..

-Ésta es una…………….esto, no me sale  la palabra, las que siempre están mandando- dijo Pablo.

María no le hizo caso y siguió hablando.

– Necesitamos un plan. Lo primero es no hablar más de lo necesario, y lo segundo examinar detenidamente la situación. Han robado cosas que la maestra nos explicó que no se pueden robar. Todos a pensar quien puede haber sido.

Pepa,  la más pequeña dijo:

– Tiene que haber sido alguien que ese día no fuera a clase.

– Pero si estábamos todos, con esta maestra nunca  nos pirábamos.

Se quedaron todos pensando, y de nuevo , fue  Pepa la que habló.

Los mayores no van al cole.

-Ah, eso es, tienen que haber sido mayores, que no saben la diferencia entre lo que se puede robar o no se puede robar.

– Chss,callaos todos, que cuanto más hablemos, más palabras nos roban.- Dijo de nuevo la mandona de María -Todos a pensar, ¿quién puede haber robado la risa?, ¿quién puede querer la risa de los demás?

El antipático de la tienda de chuches.- dijo Pablo –Seguro que nunca se ha reído, y quiere saber qué es eso de reírse.

-Ése ha sido, seguro- dijeron todos.

– Muy bien,- dijo María -, ahora las palabras. Esto ya es más complicado. ¿A quién le interesan las palabras, a quien le faltan, quien puede querer nuestras palabras?.

Yo sé a quién le  gustan mucho sus palabras, pero no las de los demás- dijo Pedro.-

-¿Quién, quién?-preguntaron todos.

– Los políticos.

– Tienes razón- dijo Juan- y el político más importante del pueblo es el señor alcalde.

Ya tenemos dos robos resueltos– dijo de nuevo la mandona. -Sólo nos faltan los colores y la belleza.

– ¿Habrá  sido el tío Eustaquio, que es tan feo?.

– No, mi mamá dice que lo importante es la belleza interior, y el tío Eustaquio me hace los mejores tirachinas del mundo. Tiene que ser alguien peor, alguien a quien le molesten los colores y la belleza.

Se quedaron todos pensando, no se les ocurría nadie, hasta que Pedro dijo:

-Mi vecino.

– ¿Quiéééééén?

– Mi vecino, el artista ese raro, que dice que es conceptual (¿como no me habrá robado esa palabra el señor alcalde?). A ver , ¿vosotros habéis visto que cosas más feas hace? ¿Y no os habéis fijado que además todo en él es o gris o negro? La ropa, los muebles de la casa, los amigos. Todos feos, y descoloridos. ¡Tiene que haber sido él!.

Los niños se fueron corriendo al pueblo. Primero se asomaron a la tienda de chuches, y vieron al antipático ése que estaba intentando reír. Por más risas que se metía dentro, no le salía ninguna. El pobre no sabía que la risa sale del alma, y que hay que tenerla limpia para que la risa salga. Luego fueron a la casa del alcalde. Estaba diciendo bobadas como -Señoritingas y tontuelos reunidos en un ágape, con bombín y botines, estrujan haches y nubes- Había robado las palabras, pero no su sentido. Y por último se fueron a la casa del artista conceptual . Estaba intentando meter en un baúl todos los colores y la belleza. Pero se le escapaban, y algunas de su obras de pronto eran naranjas, rojas, azules y malvas. Su casa se tiñó de amarillo,  y ropa de cuadros verdes y rosas. Estaba medio loco, chillando:

-¡Volved al baúl, malditos, volved al baúl-. Otro pobre no sabía que hay cosas que no se pueden encerrar. Los colores se escapan, y la belleza se muere. Los niños se fueron de allí corriendo, y les explicaron a su padres lo que había pasado. Entre todos, agarraron a los tres por las orejas y los llevaron a la escuela. Los niños les dieron un curso intensivo sobre las cosas que se pueden robar y las que no. Diremos a su favor que fueron tan buenos alumnos, que tuvieron su matrícula, esta vez de moto, pero también con su nombre en ella. Pero con la matrícula, también fue una penitencia. Para el antipático de la tienda de chuches, ir de voluntario al hospital para hacer reír a los niños enfermos. De paso se curaba el alma, y aprendía a sonreír. El alcalde tuvo que leerse el diccionario de la real academia de la lengua, para aprender a respetar a las palabras. Y al artista conceptual le obligaron a pintar dos horas diarias con todos los colores que hay en una caja Alpino de 20 pinturas. Una vez reeducado, hicieron una colecta entre todos y le encargaron una escultura de una rana, porque de la maestra y el caballo, ya tenían.

Y éste es el final de esta historia. En alguna charca una rana sonríe viendo que enseñó bien una lección.

Fin.